La quería. Adoraba la manera en que ella se sentaba en el manillar de su bici cuando volvían de la playa. Su pelo rizado, recién salido del mar, conservaba el olor a salitre y se movía tapándole la cara. Se había fijado en ella la primera vez que la vio salir de la panadería un domingo por la mañana. Su manera de andar, desgarbada y muchas veces graciosa debido al suave contoneo de sus caderas le habían obligado a establecer ese ritual dominguero de esperar a que pasase por allí. Al principio se había contentado con solo mirarla, hasta que un día ella, al pasar por delante le sonrió. El tiempo pasó rápido. Volaron primaveras tirados en el campo con la única compañía de un libro. En invierno, los bailes en la pista de baile local, les servían para no pasar frío. Se miraban, pero nunca se dieron un beso en público, como mucho la mano o el brazo cortésmente. Le encantaba su mirada, ése lugar en el que todo era posible, incluso perderse en el universo. Ella era su mundo, el rincón ...