Como suelo acostumbrar, planeaba escribir sobre alguna gran mujer que hubiese descubierto en el último año. Por proximidad, redescubrir el torrente de genio de una tal María Casares, prácticamente desconocida ya en España, o escribir sobre las patentes de Beulah Louise Henry, que mejoró la calidad de vida de tantas generaciones. Sin embargo, sin ser yo ejemplo ni espejo de nada ( los que me conocen saben que no soy militante de ningún tipo), sí soy mujer por nacimiento y decisión, quiero escribir una pequeña nota personal sobre mis últimas reflexiones.
Hace un año, en esta misma fecha, esperaba con ilusión y
nervios el sí definitivo para incorporarme a un estudio de arquitectura
bastante conocido de París. Había tenido entrevistas en varios y éste,
además de ser el que más me interesaba, era también el que parecía más
interesado en mí. El sueño de mi vida en París estaba ahí, al alcance de los dedos. Esperaba su llamada con nervios e ilusión, los mismos que me habían hecho olvidar un comentario bastante
llamativo durante mi entrevista. Mientras un socio y un asociado
charlaban conmigo, otro que entraba en la sala, saludó jocasamente diciendo
que, si era por él, me contratasen ya. Este comentario, lo he recordado conscientemente en varios ocasiones y es inquietante que no lo sintiese definitorio en ese mismo instante.
El coronavirus llegó, y con él, el parón de contratos y proyectos. La llamada nunca más sonó, a pesar de que el último correo rezaba "hablamos cuando todo vuelva a la normalidad". Empezó entonces la búsqueda más exhaustiva y desesperada. Descartada como evidente la circunstancia "pandemia", la duda que se hacía gigante cada día era de índole personal. ¿Seré yo?, ¿Seré lo suficientemente buena?. Hasta entonces siempre había trabajado bien, tenido una magnífica relación con mis colegas, éxito en los proyectos y, sin presumir, mejor suelo que mi pareja.
Mientras las dudas crecían, se metamorfoseaban. Además de
seguir buscando trabajo, decidí lanzarme a hacer algo que nunca antes había hecho realmente. Lo que me pedía mi cabeza. Creé y edité una revista para
entretenerme durante la pandemia, ideé juegos diarios para mis amigos y
me dediqué a mantener la moral alta haciendo algún que otro concurso que me divirtiese y me hiciese sentir capaz.
En mayo la normalidad parecía llegar, pero mis centenares de correos (y ojalá fantasease con las cifras) apenas recibían respuestas. ¿Será por ser extranjera? ¿Será por estar en medio? Ni tengo experiencia para ser senior, ni soy ya una becario a la que explotar por un gracias...¿Será que no me sé vender?
El estudio x está buscando gente, me decían. Luego
resultaba que siempre contrataban a alguien con mi perfil, pero siempre
hombres... No me malinterpretéis, no lo digo de forma lastimera,
autocomplaciente ni con la lanza en mano. Simplemente caí en la cuenta
de que apenas conocía mujeres arquitectos aquí, y mucho menos, que fuesen dueñas, managers o conocidas a nivel nacional. (Aquí agradezco muchísimo el apoyo y la ayuda
de Cristina Algarra, de YAP, arquitecta, jefa y parisina de adopción).
En junio, casi con el buen tiempo y la libertad de movimiento, llegó la llamada, pero era otra aún más especial y sorprendente. Nuestra propuesta para un concurso internacional había sido preseleccionada entre 136 para la fase final cerrada. Competiríamos contra 24 estudios internacionales, 6 de ellos oficinas famosas en todo el mundo, que sigo y admiro desde hace años. Pero aunque esto significaba autoemplearme a tiempo completo y tener un objetivo, la duda, la ya baja autoestima, sigilosa, seguía ahí. Y así continué hasta noviembre, debatiéndome entre el orgullo de trabajar para mí en algo conseguido por mí misma, y al mismo tiempo, la torta de realidad que significa ver quiénes consiguen los trabajos para los que tú también has postulado.
Debido a la pandemia y a los sucesivos toques de queda, este año fue también diferente. No ha habido fiestas, ni entregas tardías que me retuviesen hasta tarde. No ha habido posibilidad de encontrarme frente a la soledad nocturna que tanto nos inquieta. También tuve la fortuna de que lo único reseñable fuesen las cuatro veces que varios hombres me pararon con algún pretexto inicial normal (direcciones, pañuelos...) mientras paseaba sola, para luego descubrir otra cosa. Siempre estando sola. Mi suerte es que nunca pase nada más. Pero lo que me hace mencionarlo es el terror de darme cuenta de no necesitar que me pase algo para imaginarlo o temerlo. Porque pasa, porque existe, porque les ocurre a mis amigas, a conocidas, a otras...
La vida siempre nos sorprende con giros de guión. En diciembre, un arquitecto veterano se puso en contacto
conmigo. Estaba deseando reactivar su estudio tras años separado del oficio por un asunto personal. Buscaba una mujer para un puesto. Argumentó que tras su
larga experiencia profesional siempre había detectado que nosotras
pensábamos en lo que nadie más lo hacía. Lo dijo con respeto, y
argumentando con seriedad, y yo, así me lo tomé. Porque es cierto. Y así, yo que suelo ser justa y orgullosa, que quiero llegar por ser yo, yo que tanto he discutido sobre las cuotas, puedo decir que encontré mi hueco también por ser mujer.
Como he dicho antes, no soy militante de nada, pero si pienso en mi entorno profesional, recuerdo que durante mis seis años de carrera nunca tuve una profesora
de proyectos (el caballo blanco de cualquier escuela de arquitectura).
Apenas cuento con los dedos las profesoras que me dieron clase algún
semestre. Recuerdo profesores canallas, misóginos (afortunada de solo haberme topado con uno, que fue suficiente para casi abandonar la carrera), mediocres y algunos, malas personas. Todos ellos legitimados en sus doctrinas y formas de hacer. Sin embargo, la mejor profesora, mujer, que he tenido, de la
que más he aprendido y quien, arduamente, me preparó mejor para el
mundo laboral, es la más denostada, insultada y
caricaturizada de todo el claustro universitario, porque entre otras cosas, es obvio que es una señora madura, vestida como tal, no muy atractiva y dura con sus alumnos.
También debo añadir que nunca he tenido, todavía, una superior mujer y que me haría ilusión tener un ejemplo cercano de liderazgo, una que dirija, idee y posea su propio estudio. Pero hasta que eso llegue, sí que he tenido jefes que han confiado en mí, que me han apoyado y me han elegido para liderar. No me puedo quejar. Quizá el camino empieza así.
Sobre todo, he tenido compañeras
brillantes, ejemplos de mujeres que dudan pero son capaces de tomar las mejores
decisiones, de encontrar las soluciones óptimas, de liderar si hace falta y de apoyarme, de apoyarse. Mujeres que solo están
sentando las piedras de sus carreras y que sin duda llegarán lejos en lo que se propogan en esta u otras disciplinas.
Celebro este día agradeciendo a mi madre que cumpliese su sueño de ser madre pero no renunciando al de tener una brillante y respetada trayectoria como profesional. A ella que buscó a otra mujer para que cuidase de mí, y a esa otra, trabajadora incansable, que convirtió un trabajo en amor, regalándome su cariño como madre adoptiva. A mi abuela, que decidió que sus hijas tendrían las mismas oportunidades que sus hermanos, y así fue. A mi suegra, que renunció a su profesión para cuidar y disfrutar de sus hijos, y luego de sus padres. A Alicia o Lucía, que abren caminos poco explorados y por ello más necesarios de reivindicar. A mis primas que luchan por encontrar un equilibrio. A mis amigas, por las que pretenden triunfar y celebrar su trabajo cada día y no tener que sentirse mal por ello. Por aquellas otras que preferirán destinar su tiempo a los suyos sin que eso las haga de menos, sino muy al contrario. O las valientes, que como funambulistas en la cuerda floja, lo quieran tener todo. Y por supuesto, a todos los compañeros y amigos que están ahí, que respetan, que animan y valoran, que comparten y reparten tareas, que piropean (cuidado aquí que he dicho que no milito en nada eh...) y aquellos que son los primeros en celebrar a la mujer cada día.
Yo, por mi parte, celebro este día de la mujer, 8760 horas después, trabajando en lo que me gusta, y
creo, mejor se me da, y remunerada, ¡por fin!. Pero hasta que la brecha salarial, que se estima de entre el 12 y el 20 %, dependiendo de la profesión, se suelde, hasta que no dejen de morir mujeres de forma violenta, hasta que no nos juzguen por nuestro aspecto, hasta que no tengamos miedo a ir solas por la calle...hasta entonces, va por todas nosotras.
L.
Comentarios
Publicar un comentario