Soy afortunada.
En mi afán por cambiar el punto de vista de la vida, lo hago también con las palabras, como si un mantra o un orden de factores, sí que alterasen el producto.
Soy afortunada porque escribo el post de noviembre ya entrados en diciembre, con un trancazo que me hace estar en la cama o en un submarino (¡bendito sábado!) y con el cuerpo cansado. Todo esto son consecuencias de un mes de noviembre muy intenso, ¡agotador!, pero bien vivido.
Pero como de ilusiones vive el hombre, y desear es algo normal, por mucho que me repita mi buena fortuna, me teletransportaría a vivir mi catarro a The Box.
Para mí es un misterio cómo con 30 años y dos hijas recién nacidas, el arquitecto inglés Ralph Erksine se va a vivir a un bosque en Suecia en pleno invierno y consigue autoconstruirse esta cabaña. Evidentemente, hacerlo es posible, pero sigo incrédula ante la situación. Imaginad a dos personas extranjeras en 1941, sin propiedades en Suecia ni casi recuersos, recopilando piedras del lugar y ladrillos de un viejo horno, materiales de desecho como somieres... Supongo que las dimensiones, tan a mano, calculadas, tienen algo que ver en el éxito del cometido.
Un único espacio de 6 x 3,6 x 2 m se convirtió durante 4 años en la vivienda principal de una familia de cuatro. La chimenea, con una posición central dividía el espacio dando lugar a una cocina y al estar/dormitorio/espacio de trabajo. El sofá-cama con poleas, levadiza, es mi sueño para nuestra mini casa actual.
The box es una joyita. Un proyecto pequeño pero matón, lleno de detalles y que nos hace suspirar con atardeceres al calor de la chimenea, a la luz de las velas y bien abrigados, contemplando la nieve caer sobre los árboles.
Feliz fin de semana, y feliz puente a los afortunados.
L*
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