Aquello fue mi hogar y mi punto de vista en ese nuevo mundo. Me permitió conocer otra cultura, otra ideología y a un montón de personas fantásticas que te hacían sentir como en casa. También me recordó que un océano o los años sin verse no tienen por qué significar el olvido. La familia, aquella que emigró buscando un lugar mejor y que volvió a hacerlo cuando la libertad prometida no existía, llegó al país donde los sueños se pueden cumplir y lo logró.
Y ahora, varios años después de aquella vida que tanto me gustó y que a la vez me irritó en tantos otros aspectos, echo de menos aquel húmedo calor y la incesable sensación del jet lag. El silencio del exterior, únicamente
quebrantado por los osados aspersores de los jardines vecinos. Añoro
aquellos días en los que después de la cena de las 5:30 p.m., decidía
dar una vuelta a la manzana, caminando descalza, y corriendo el riesgo
de que los vecinos llamasen a la policía denunciando que una extraña
paseaba por el vecindario. O aquellos en los que iba a casa de tía Helen
para darme un chapuzón merecido en su piscina. Como me gustaría volver a
tomar aquellos deliciosos aros de cebolla en la Wright-Patterson, aquel
applepie en el Sam’s de Chillicothe, la punch lemonade, el famoso Shirley
Temple o el delicioso helado de chocolate y nuez de Ben&Jerry.
Todavía recuerdo la sensación que tuve al llegar. Poder estar en sitios
que quería ver. Los días de exploración, en los que
mi padre y yo nos movíamos en coche por las grandes motorways
americanas, rodeados de enormes camiones o cuando decidíamos ir a la
aventura guiándonos más bien por mi instinto de GPS, que por los mapas.
Echo de menos la sensación de libertad que tenía cruzando esos campos americanos y los downtowns con sus
rascacielos; la torre Sears de Chicago con el Michigan en el horizonte,
Toledo y su pabellón de cristal de Sana, Cincinnati y su Fine Arts Museum, Boston… y su skyline sobre el mar, desear estudiar en Ohio university y vivir en alguna hermandad de Athens. Despertarme y salir al jardín y ver las ardillas en los árboles y
aquellos preciosos conejos que correteaban asustados. Echo de menos a
toda mi familia de allí, por todo el cariño que me dieron durante todo
ese tiempo.
A toda la gente que conocí y a aquellas personas a las que
prometí volver a ver algún día, y que ya no están. No esperaba que al marcharme, me diese cuenta de cómo
ese verano me cambió la vida, y desde luego, lo que más echaré de menos no poder volver a cruzar ese umbral con la sonrisa de tía Carmina esperándome al otro lado. Aquel 997 de Marycrest Lane con su gran puerta roja.
My other home. My family abroad. Mi beautiful aunt in USA. We will miss you. As you used to say "Good night and god bless you ,my nightingale".
Comentarios
Publicar un comentario