Lo ví en la biblioteca pública que hay cerca de mi casa. No recuerdo cuantos años tenía, peró sí recuerdo aquellos dibujos. Estaban cargados de energía, de color y de formas geométricas. Disfrutaba viéndolo cada vez que iba a la biblioteca e incluso alguna vez vi camisetas con esos dibujos estampados. Quería ser como Max. Deseaba que mi habitación se convirtiese de pronto en un bosque y que me engullese. En casa de mis abuelos recuerdo juntar las sillas y la mesa y esconderme bajo manteles y sábanas en mi refugio. Cualquier niño lo habría hecho. Al crecer, como muchas de esas cosas que de niños nos son tan importante, me olvidé de Max, de Carol, de Alexander, hasta que hace un par de años un afortunado Spike Jonze, se atrevió a pegar un mordisco a esa fantasiosa historia. La película, un gran acierto, me devolvió aquella felicidad de las tardes en que nos dedicábamos a hacer el loco, a correr a gritos y a jugar al escondite. Maurice Sendak escri...
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