Confieso que durante esta cuarentena he leído poco, muy poco. Lo he hablado con conocidos, grandes lectores, y a muchos de ellos les ha pasado lo mismo. En vez de disfrutar de la sensación del papel entre mis dedos, me he lanzado a devorar ficción en forma de series encadenándolas en el tiempo sin prisa pero sin pausa. Empecé antes del confinamiento con Chernobyl, que francamente ya podía haberme servido de aviso anticipado de lo que se vendría encima en la vida real. Tras haber disfrutado del maravilloso relato periodístico de Svetlana Alexiévich hace varios años, la serie de la HBO inspirada en él me volvió a despertar ese sentimiento gris de tristeza, de impotencia, de incertidumbre fruto de cualquier catástrofe de escala planetaria, de imposible culpable y de apariencia fantasma.
Disfruté de un nuevo papa, deleitándome con la belleza perseguida, conseguida y exaltada de las creaciones de Sorrentino, con la extravagante banda sonora que te pone a bailar entre monjas, con el lunar de mi querido y omnipotente Voiello, sin poder olvidarme del todo de los guiños pícaros de Jude. Cada segundo de metraje de este hombre es una oda a la estética, el arte, el buen ritmo. Revisitaría siempre su obra.
Luego caí en las redes de Drácula. No esperaba semejante adicción a una historia tan manida. Sin embargo, el buen juego de guión, las transiciones elaboradas y los cambios que modifican la historia clásica de Bram Stoker consiguen enganchar a un espectador actual (más aun si te gustan las historias de vampiros). Si Mark Gatiss y Steven Moffat me engancharon durante años a su revisión de Sherlock, imposible resistirse a la tentación de ver a Claes Bang con acento británico. Soy humana.
Crisis in 6 scenes pasó sin pena ni gloria pero dejando alguna que otra frase memorable de Woody, cuyas memorias estoy deseando leer por no perder la buena costumbre, por disfrutar de sus obsesiones, de su humor, y tratar de entender la psicología de un creador amado, odiado y repudiado a partes tan iguales. También vi esta serie porque… ¿cómo perderse a una hija privilegiada del capitalismo salvaje, Miley Cyrus, haciendo de rebelde y peligrosa fugitiva comunista?
Alguna que otra noche me dejé caer por una casa destartalada de Nueva Jersey en donde una pandilla de vampiros nos muestran su día a día. What We Do in the Shadows es absurda, surrealista y justo eso es lo que me encanta y necesito cuando mi cerebro pide un respiro. Aún no la he acabado y por tanto no sé qué pensaré de todo esto en un futuro inmediato ni tampoco si merece una recomendación. Lo que sí tengo claro es que mi ruido vampírico es maravilloso y perfecto para hacer el tonto por la calle. El nuevo look con mascarilla me protege de hacerlo más de lo socialmente permitido.
Disfruté de un nuevo papa, deleitándome con la belleza perseguida, conseguida y exaltada de las creaciones de Sorrentino, con la extravagante banda sonora que te pone a bailar entre monjas, con el lunar de mi querido y omnipotente Voiello, sin poder olvidarme del todo de los guiños pícaros de Jude. Cada segundo de metraje de este hombre es una oda a la estética, el arte, el buen ritmo. Revisitaría siempre su obra.
Luego caí en las redes de Drácula. No esperaba semejante adicción a una historia tan manida. Sin embargo, el buen juego de guión, las transiciones elaboradas y los cambios que modifican la historia clásica de Bram Stoker consiguen enganchar a un espectador actual (más aun si te gustan las historias de vampiros). Si Mark Gatiss y Steven Moffat me engancharon durante años a su revisión de Sherlock, imposible resistirse a la tentación de ver a Claes Bang con acento británico. Soy humana.
Crisis in 6 scenes pasó sin pena ni gloria pero dejando alguna que otra frase memorable de Woody, cuyas memorias estoy deseando leer por no perder la buena costumbre, por disfrutar de sus obsesiones, de su humor, y tratar de entender la psicología de un creador amado, odiado y repudiado a partes tan iguales. También vi esta serie porque… ¿cómo perderse a una hija privilegiada del capitalismo salvaje, Miley Cyrus, haciendo de rebelde y peligrosa fugitiva comunista?
Alguna que otra noche me dejé caer por una casa destartalada de Nueva Jersey en donde una pandilla de vampiros nos muestran su día a día. What We Do in the Shadows es absurda, surrealista y justo eso es lo que me encanta y necesito cuando mi cerebro pide un respiro. Aún no la he acabado y por tanto no sé qué pensaré de todo esto en un futuro inmediato ni tampoco si merece una recomendación. Lo que sí tengo claro es que mi ruido vampírico es maravilloso y perfecto para hacer el tonto por la calle. El nuevo look con mascarilla me protege de hacerlo más de lo socialmente permitido.
Jodie Comer y su continuo intento de matar a Eve me sedujeron demasiado como para considerarla peligrosamente perturbadora. Su actuación, sus acentos y su vestuario merecen una mención aparte. Que se ambiente en Europa tras tanta serie negra americana es otro factor a agradecer. Además aunque no pudiese salir a la calle, ver y saber que la place Vendôme estaba cerca, no tenía precio.
Corrí porque RUN se coló alguno de mis fines de semana como su historia, con cuentagotas. La espera semanal me ha hecho perder un poco el ritmo. Los factores que me interesaron desde el principio fueron los nombres de Domhnall Gleeson como protagonista y Phoebe Waller-Bridge, el concepto de "train movie", si eso existe, y la sensación de eterno frenesí y huida de la trama.
De forma tardía Mrs. Maisel vino para recordarme por qué adoro los guiones de los Sherman Palladino y su diarrea verbal. Si ya era una seguidora de por vida de las Gilmore, llegó esta maravillosa señora, su extravagante y sofisticada madre, su fantástico padre (uno de mis personajes preferidos), una banda sonora que poner de fondo y un set por el que se recrean en cada escena cruzando y paseándose. La señora Maisel siempre tendrá un huequito en mi corazón, en mi libreta de chistes, de estilismos de otros tiempos y en mi catálogo de épocas en las que vivir (siempre coetáneamente a Mad Men, claro). Esta señora es una heroína atípica, cursi, delicada pero pícara, deslenguada, resuelta…
Y por fin, esto nos lleva al placer culpable de la cuarentena, a la serie que mi tía americana confirmaba ver con sus inevitables sonrojos, a una serie que más que hablar de sexo lo hacía de crisis, sentimientos, fracasos, amores, miedos, amistad, moda… Sexo sí, pero también identidad. He vuelto a ver Sex and the City desde el principio, la serie que cualquier adolescente curiosa de los 2000 con acceso al canal Cosmopolitan habrá seguido a escondidas intermitentemente. Perdonadme, lamento decepcionar a los lectores más puristas, pero es un clásico como el Cuento de Navidad o ¡Qué bello es vivir! en Navidad, como Hermanos de sangre en un anual mano a mano padre-hija veraniego o como Ben-Hur en TVE en Semana Santa. No pasa de moda. Sin embargo esta vez, la he visto por primera vez como una adulta y he de decir algo políticamente incorrecto. A pesar de su protagonismo, de su voz cantante, de su persona elevada al trono de reina de Vogue, Carrie no es la estrella.
A medida que las temporadas iban pasando recordé un artículo de Man Repeller en el cual Harling Ross hablaba de sus motivos para defender que si Sexo en Nueva York fuese una serie actual Miranda sería su protagonista. Basaba su opinión en argumentos como su personalidad, sus relaciones sentimentales e incluso su vestuario. Carrie es la protagonista indiscutible, y como tal, juega con peinados y extensiones; zapatos de tres cifras que claramente no podría permitirse con su único sueldo de columnista; hombres siempre atractivos en relaciones complicadas que menosprecian las saludables a favor de las canallas y destructivas (¿quién no ha crecido pensando que las relaciones son más excitantes cuanto más tormentosas?); estilismos que solo quedan bien porque es una serie y ella, siempre ella y su perfección sin cuidarse. Podría seguir una larga lista de otros factores por los que alguna amiga me dejará de querer. Mea culpa.
Mientras tanto Miranda es sobria, realista, libre. Encarna a una mujer comprometida con su trabajo y sus amigas, siempre disponible, siempre dispuesta, a la que la vida sorprende no siempre gratamente y que capea el temporal como buenamente puede (¿os suena?). Una mujer sin estereotipos que sale con hombres imperfectos, feos, con problemas de sobrepeso y de diferentes clases sociales porque en la realidad el amor, la atracción o el sexo llega así. Que tiene un cuerpo que engorda, que cambia, que tiene un hijo, un envoltorio que debe cuidar para estar o parecer perfecta. Que hace del pelo corto una bandera frente a tanta melena teñida. Que sufre, padece depresiones y también soledad. Que persevera, que lucha y que parece que en ocasiones se conforma, residiendo en ese conformismo una traviesa rebeldía. Que es compleja y habla de muchas cosas con un gran sentido del humor. Que tiene los pies en la tierra y no en unos manolos.
Mientras tanto Miranda es sobria, realista, libre. Encarna a una mujer comprometida con su trabajo y sus amigas, siempre disponible, siempre dispuesta, a la que la vida sorprende no siempre gratamente y que capea el temporal como buenamente puede (¿os suena?). Una mujer sin estereotipos que sale con hombres imperfectos, feos, con problemas de sobrepeso y de diferentes clases sociales porque en la realidad el amor, la atracción o el sexo llega así. Que tiene un cuerpo que engorda, que cambia, que tiene un hijo, un envoltorio que debe cuidar para estar o parecer perfecta. Que hace del pelo corto una bandera frente a tanta melena teñida. Que sufre, padece depresiones y también soledad. Que persevera, que lucha y que parece que en ocasiones se conforma, residiendo en ese conformismo una traviesa rebeldía. Que es compleja y habla de muchas cosas con un gran sentido del humor. Que tiene los pies en la tierra y no en unos manolos.
No es que no me guste el personaje de Carrie, es que en pleno 2020, exceptuando las preguntas existenciales de su columna, sus acciones me llegan a parecer irritantes, egocéntricas, superficiales y carentes de un interés más profundo que ver tacones preciosos y modelitos inaccesibles. Creo que en una serie todos buscamos algo trascendente detrás, un mensaje a descifrar, el interruptor de una bombilla, y me parece interesante y casi mágico que mientras la protagonista no me sugiere nada de eso, un personaje secundario brille con tanta fuerza en la retaguardia. ¿Es que el tiempo nos amolda la cabeza o que realmente ella ha estado siempre ahí para que alguien la apreciase?
No hace falta volver a imaginar la serie ni tan siquiera cambiar el guión, yo diría que basta con ver sus capítulos para comprender que es en la pelirroja en quien recae el peso de las mejores conversaciones, réplicas, historias, sentimientos. Y por eso, yo voto por Miranda.
RUN
Killing Eve
What We do in the shadows
Crisis in 6 scenes
P.D.: He descubierto un libro publicado a finales de año sobre esto:
We Should All Be Mirandas : Life Lessons from Sex and the City's Most Underrated Character.
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