Como ya habéis podido comprobar, tengo una debilidad por un arquitectura muy concreta en el tiempo. La de los años 50 me fascina porque el optimismo de la época, del progreso, se observa en cada detalle y en cada diseño, sobre todo en la doméstica.
Empieza a hacer buen tiempo y eso me hace pensar en una arquitectura abierta, casi tropical. Sin tardar mucho, me viene a la cabeza "Achillina Bo" y pienso que no hay mejor ejemplo para un mes de marzo sosegado pero activo.
Lina Bo Bardi ejerció la arquitectura en una época mucho más complicada que ésta, a pesar de que siga habiendo lugares y personas que nos hagan sentir fuera de esta bella profesión. Esta arquitecto italo-brasileña formada en la Escuela de Roma, ya era conocida antes de llegar a la treintena. Su trabajo de redactora, y posteriormente de editora de Quaderni di Domus, con Gio Ponti, o más tarde la fundación de la publicación semanal A Cultura della Vita, con Bruno Zevi, demuestran que para cuando le toca huir de Italia durante la Segunda Guerra Mundial, es todo un carácter y desborda conocimiento y capacidad.
Brasil acoje a Lina y a su marido, quienes se empapan del optimismo reinante en el joven país. Coleccionan arte popular brasileño, se codean con los artistas y con todos los expatriados que van y vienen. Río de Janeiro se convierte en su hogar inicial, pero a medida que los encargos vuelven a llegar, Sao Paulo se convertirá en su casa definitivamente.
Todo hace pensar que la Casa de cristal, tan fotogénica, tan exótica, rodeada de la vegetación exhuberante sería la casa de marzo. Sin embargo, en la reflexión de Bo Bardi encuentro la defensa de la construcción de los espacios por sus habitantes, de los espacios inacabados para ser completados con los usos populares. Y entonces, es cuando la casa de Cirell llega para sorprender, silenciosa pero rotundamente.
Construída en 1958 entre Paraisópolis y Morumbi, Sao Paulo, fue un encargo de un profesor de la universidad para su mujer. Es una casa discreta, volumétrica y que se antoja vernácula desde el exterior con sus muros revestidos de cantos y su galería perimetral cubierta como si de una cabaña tropical se tratase. La casa se mimetiza con el lugar y sus cubiertas vegetales no hacen sino reforzar esto.
Lo que sucede es que esa apariencia externa, nada tiene que ver con el interior. Si la primera impresión es maciza, casi de un elemento tallado, el interior sorprende por la luz y la espacialidad que surge al haber escogido la diagonal para realizar el proyecto.
Lina controla la escala y la sorpresa, y si tuviese las llaves, me pasaría el fin de semana leyendo al sol con los pies en ese estanque piscina en donde los pilares de la galería están cimentados, o regalándome un dolce far niente en la doble altura sobre el salón.
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Fotografía de Iñigo Bujedo Aguirre |
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Fotografía de Iñigo Bujedo Aguirre |
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