Escribir ha sido un refugio muchas veces, un desahogo en otras tantas, y en la mayor parte de las veces un ejercicio autoimpuesto con férrea disciplina para luchar contra el olvido.
Cuando alguien desaparece, creo que este ejercicio recupera un sentido valioso, se convierte en una caja fuerte, aunque cada vez más ésta esté compuesta de un sistema binario que de tinta impregnando un papel.
Fuiste por este orden, mi terror infantil, mi maestra, mi amiga... y todo eso gracias a que con los años, nuestra relación se transfomó, como deben hacer todas las sanas. Me enseñaste mucho y disfruté cuando entre confidencias me contabas tantas cosas maravillosas de una existencia especial. Algunas, por desgracia, también muy duras y tristes. Eras un ejemplo de amor por nuestro país, pero también de todas las oportunidades que este mundo ancho y ajeno nos puede regalar si tenemos coraje, somos valientes y luchamos hasta el último aliento. A esto último no te ganó nadie, aunque al final, como tu nombre, esto también lo olvidases.
Pero yo no te olvidaré, ni a ti ni a esas historia del Aragón profundo, de Inglaterra en sus mejores años, de Madrid y las noches de lujos y bailes en el Ritz. Recordaré tu risa y tu sentido del humor siempre alerta, tus uñas, tu peinado y tus ojos perfectos, y esas ganas de disfrutar de todo, por duro que fuese.
Desde esta semana hablo en pasado, pero lo dejo todo aquí escrito. Hablo en pasado y y, solo quería dejar constancia.
Hasta siempre,
L*
Gracias,
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