El otoño es mi estación preferida. Sobre todo si olvido que emocionalmente es una época melancólica que afecta bastante a los que tenemos alguna tendencia depresiva, lo que cuesta madrugar cuando amanece tarde y la dificultad por trabajar o hacer algo de provecho hasta tarde cuando la naturaleza te pide retirarte cada vez más pronto. Sin embargo es cálido, tanto en los tonos de la naturaleza como en las luces que la bañan, y el sol calienta lo suficiente para alegrar, sin que necesites esconderte.
Para llegar a nuestro refugio de este mes hay que pasar las llanuras de Yvelines y acercarse a la casa de Jean Monnet, uno de los padres de Europa y concretamente el responsable de que su rico amigo galerista, Louis Carré, comprase un montón de parcelas a los vecinos del pueblo para crear una gran finca con vistas al valle.
Harto de vivir en París, Carré no recurrió a su gran amigos Le Corbusier para diseñar su última morada, sino a otro maestro cuya obra visitó específicamente por toda Finlandia antes de lanzarse como promotor. Creo que Alvar Aalto, no necesita presentaciones, pero por si alguien no lo conociese, fue uno de los padres de la arquitectura contemporánea, desde luego el arquitecto y diseñador finlandés más famoso, y concretamente, el fundador del funcionalismo y de la arquitectura orgánica. Sus obras son sutiles, cálidas, con una estética pura y bella, y están llenas de detalles, desde lo formal a lo material.
Pero volviendo a la casa, imaginad un bosque de altos robles con sus hojas casi ocres, una cuesta sinuosa que lo atraviesa, en donde se aprecian helechos, hiedras y todo tipo de arbustos, y de golpe, una pradera en cuesta con una gran cubierta paralela. Ahí está la villa, con su encanto de parecer pequeña cuando es una mansión, con sus pabellones o salientes, su estanque y pequeña recepción, con su terreno escalonado hacia la piscina, con su aparente simpleza y todos sus conscientes detalles.
La casa se diseñó al detalle para Carré y su última mujer como refugio, pero también como telón de su propia colección artística. El hall deja de ser un espacio de mero tránsito para convertirse en un lugar de contemplación, de exposición, incluso de presunción. La casa guarda una dualidad latente. Por un lado, los espacios destinados a las visitas, grandes, confortables, representativos. Por otro, los íntimos, no excesivos en número, pero si en calidad, confort y reflexión. Todos los espacios sorprenden por algún detalle, desde el pomo de la puerta hasta la elección del mobiliario, firmado también por Aalto y su segunda mujer, Elissa. El vals de los espacios consigue mantenerte entretenido, saltando de los detalles del falso techo a las juntas del suelo, de los pomos o detalles cerámicos, a las lámparas diseñadas específicamente para iluminar determinados cuadros. Es una casa hermosa, y este adjetivo encuentra en ella su verdadero ejemplo.
Si pudiese, despedazaría un trocito de sala de estar, la pegaría a la cocina y al pequeño comedor de servicio, añadiría un baño (y por supuesto su sauna) y lo remataría añadiendo una cama al maravilloso estudio. ¡Ah! y por supuesto alguno de esos vestidores. Estoy convencida de que sería muy feliz habitando un Frankenstein así.
Visitar la casa de Louis Carré supone obsesionarse con ella y soñar con pasar en ella el fin de semana. Querer salir a leer al sol que calienta por la tarde, refugiarse al lado de la chimenea por la noche, leer pegado al ventanal mientras llueve... Es una obsesión difícil de superar. Y cuando creo que lo he conseguido, ¡zas!, ahí está de nuevo, como localización en una película actual o en la publicidad de Instagram de una marca de ropa.
Espero que os obsesione tanto como a mí para poder al menos, compartirla.
Feliz fin de semana,
L
P.D. : más información aquí
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