La casa de este mes refleja muchas cosas a la vez. Por un lado es libre, fresca, quizá algo alocada. Por otro, me traslada a una época en la que crear y vivir, parecían ir de la mano y no ser una contradición. Atesora mi gran deseo de tener un taller, caótico, desvencijado, casi cutre, lleno de proyectos a medias pero donde la continuidad creativa no se vea interrumpida por la necesidad de "recoger para..." (rellenar el hueco con cualquier tarea doméstica que implique el uso de una mesa. También es, de alguna forma, una deuda pendiente con un arquitecto conocido por una preciosa obra y una silla, pero desconocido en el resto.

Antonio Bonet Castellana, fue un arquitecto barcelonés "archi" conocido por su imitada y preciosa silla Mariposa. Sin embargo, a parte de ésta y de la Casa Ricarda, apenas se sabe gran cosa de él. De hecho me sorprende no haber oído nunca hablar de él como discípulo de Le Corbusier. Igual que en el caso de Doshi, cuya historia os contaba aquí, se marchó bien joven a París a aprender y trabajar para uno de los padres de la arquitectura contemporánea. Como con las consultoras, los arquitectos también perseguimos trabajar con suerte en uno o en un par de estudios famosos de esos que quedan bien en los CV, aunque seamos el último mono y nunca tratemos con la estrella del lugar. Pero aquella era una época distinta y esa peregrinación era real, y se trabajaba mano a mano, como hizo antes de marcharse de Barcelona, con Josep Lluis Sert (también discípulo de Le Corbu, profesor en Yale, decano en Harvard, arquitecto del famoso pabellón Pabellón de la República Española para la Exposición Internacional de París de 1937...) y con Torres Clavé, un desconocido, otro coetáneo que de no haber muerto con 33 años en un bombardeo durante la Guerra Civil, probablemente habría sido otro grande de nuestra arquitectura patria y nos habría dejado más ejemplos de su savoir-faire.
Pero Bonet se fue a París, y aunque nunca cortó su cordón umbilical con nuestro país como demuestran sus obras en Madrid y Barcelona, la guerra en nuestro continente le llevó a instalarse en Argentina y Uruguay gracias a sus conocidos argentinos en París, con quienes creó el Grupo Austral, un colectivo de arquitectos y diseñadores promotores del movimiento moderno en la década de los años 30.
Sin saberlo, la preciosa sección que me ha llevado a enamorarme de la casa que nos atañe hoy, resulta ser el primer proyecto moderno de Buenos Aires. La casa de estudios para los artistas, 1938, es la primera obra que intenta aplicar los postulados de la arquitectura moderna en la ciudad. El edificio se instala en el entorno redondeando la manzana en la que se incrusta y respetando las alturas, pero adaptando la novedad de la terraza jardín. La planta baja es amplia y se retranquea para apreciar un espacio más libre y los 7 apartamentos estudios tienen entreplantas para los espacios servidores. Esto permite crear unos talleres con doble altura libre, bañados por la luz y especialmente pensados para el trabajo.
La cubierta es un juego plástico que se traduce en un interior cuidado y en un despiece en las carpinterías que hace suspirar a todos los que apreciamos estos detalles.
En la distribución en planta y en las fachadas comenzamos a observar una sistematización, un interés por la repetición tanto material como formal, con la mezcla de materiales pero que podría ser perfectamente industrializada.
Desde hace veinte años esta casa está catalogada en el Plan Urbano de Buenos Aires y es Interés Histórico Arquitectónico Nacional por el Congreso de la Nación.
¿Alguien más pediría una residencia artística aquí?
Feliz fin de semana,
L*
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Antonio Bonet en la silla BFK con su hija Victoria |
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© Federico Kulekdjian |
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