Agosto se transformó en un instante en el tiempo y aunque ya estemos de vuelta en la realidad todavía me recreo en lo que significa. Pienso en esa sucesión de días sin domingos que ahora parece tan lejos. En mis oídos retengo las olas meciendo algunas siestas, las tormentas de lluvia con las ventanas abiertas que tanto me gusta oír desde esa cama que es "mi casa", la voz de mi padre recitando a Machado o todas esas conversaciones bonitas e inesperadas que llegan pero que nunca se acaban. Mi piel anhela la sal con la que vuelves paseando a última hora de la playa y también el frescor de las duchas tardías en el jardín. Y el sol, ese calor que calienta y eriza la piel a la vez, y que tan insoportable me parece pasado un rato, pero que tanto necesito. Mi retina tiene grabados el color de la piedra rojiza de una iglesia románica al atardecer, el turquesa del atlántico en un día de sol y el verde de los vallejos y de las zonas emboscadas. Aún tengo en la punta de la lengua el s...