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Agosto en la casa Pittwater

Agosto se transformó en un instante en el tiempo y aunque ya estemos de vuelta en la realidad todavía me recreo en lo que significa. Pienso en esa sucesión de días sin domingos que ahora parece tan lejos. 

En mis oídos retengo las olas meciendo algunas siestas, las tormentas de lluvia con las ventanas abiertas que tanto me gusta oír desde esa cama que es "mi casa", la voz de mi padre recitando a Machado o todas esas conversaciones bonitas e inesperadas que llegan pero que nunca se acaban.

Mi piel anhela la sal con la que vuelves paseando a última hora de la playa y también el frescor de las duchas tardías en el jardín. Y el sol, ese calor que calienta y eriza la piel a la vez, y que tan insoportable me parece pasado un rato, pero que tanto necesito.

Mi retina tiene grabados el color de la piedra rojiza de una iglesia románica al atardecer, el turquesa del atlántico en un día de sol y el verde de los vallejos y de las zonas emboscadas. 

Aún tengo en la punta de la lengua el sabor mi helado favorito de este verano de la Flor Medinense, de un margarita bien hecho y por supuesto, el gusto de la comida de casa, de siempre. 

Mi diario de agosto debería ser una guía de instrucciones, algo que teletransportase inmediatamente a ese momento o que guardase su recuerdo lo más fielmente posible. 

Agosto es un instante y aquí estoy, luchando contra la realidad para alargar la ilusión e intentando transformar signos en palabras y éstas, en algo que tenga un mínimo de sentido.

Supongo que no soy la única que se encuentra en esta situación, así que tú que estás leyendo estas líneas, te invito a la casa Pittwater, porque de existir una casa en la que podría vivir algo parecido a todo lo anteriormente descrito, ésta se le parecería. 

 Para todos aquellos que están hartos de mi amor por el midcentury, ¡felicidades!. Esta casa es de 1994 y es una cabaña autraliana llena de detalles y encanto. Se trata de tres pabellones en una ladera a la que solo se puede acceder en barco. Aunque se encuentra en el norte de Sydney, la sensación de estar aislado le otorga un encanto innegable que se refuerza por el hecho de que todo parece un barco, desde las fachadas con sus ventanas, hasta las puertas y el mobiliario.

Diseñada por Richard Leplastrier, autor de la casa de Tom Uren de la que escribí aquí, en este proyecto quizá menos sofisticado en estilo, pero mucho más ambicioso y especial en la técnica, cuenta con la colaboración de Karen Lambert e Ian Martin.

Espero que os haga soñar.

Belle rentrée !

Photos : Michael Nicholson courtesy of Modern House














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