¿Qué puedo decir de esta deliciosa película?
Para todos aquellos que todavía no lo hayan visto, desde luego se la recomiendo.
Es cierto que tengo una gran debilidad por el cine francés, y en especial por esas películas que son ligeras, pero al mismo tiempo cargadas de sentimientos. La guerra de los botones es sin duda una de esas elecciones para los domingos otoñales lluviosos, cuando la melancolía y el recuerdo de otras tardes de infancia, se instauran en nuestra mente. Es entonces cuando te apetece acurrucarte en el sofá, bajo una manta y a ser posible, con algo caliente cerca y disfrutar de esas historias que te alegran repentinamente la tarde.
Adoro observar que la persona que tengo a mi lado, sonría inconscientemente mientras no aparta los ojos de la pantalla. Que disfrute, y que durante una hora, se sienta otra vez pequeño y que al salir del cine, le apetezca trepar por los árboles o esconderse de los enemigos en el bosque bajo las hojas o recuerde las travesuras más divertidas de su infancia.
Esta película, o mejor dicho, esta segunda versión cinematográfica del libro homónimo, tiene mucho de infantil y otro tanto de madura. Con tintes inocente, no deja de ser una reflexión sobre los conflictos entre los pueblos. Los niños de los pueblos vecinos se pelean, emplean estrategias bélicas y usan el robo de los botones como humillación y botín, mientras que sus padres hacen lo mismo, lejos de sus hogares, con armas de verdad, con castigos y riesgos reales y mortales.
La elección de los actores, (grandes comediantes franceses como Kad Merad, Gérard Jugnot, Guillaume Canet y el elenco de personajes infantiles), los escenarios elegidos (el alto Loira) y la banda sonora ( del compositor Philippe Rombi) consiguen un resultado magnífico que en todo caso no le dejará indiferente.
Si decide soñar con los botones y sus soldados, no se arrepentirá.
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