Supongo que muchos estaréis escribiendo los propósitos de año nuevo en estos días de letargo. Desde que vivo en el extranjero, ese margen entre Navidad y Año Nuevo ya no lo es tanto, con jornadas maratonianas para exprimir el hecho de que en esta semana libre tienes que compensar los tres meses del otoño y los tantos de invierno que vienen con el nuevo año.
Mi deseo fundamental para el 2024 es que sea un año tranquilo, o que, aunque todo lo que no depende de mí me lleve a un ritmo frenético, intente (y consiga) mantener una calma interior. ¡Todo un reto!
El reto de una casa al mes surgió para motivarme a investigar en una tipología que me encanta, como es la arquitectura doméstica. Sin embargo, como habréis podido comprobar, muchas veces se me ha hecho bola. No porque no me guste o lo disfrute, sino porque este año he sentido que era o intentar robar ratos de descanso, o escribir aquí como si de una obligación se tratase. Quizá el 2O24 será un año de casas y no de casas al mes.
Quiero acabar este año de forma optimista, y puede suceder que caiga en un tópico. Si me diesen las llaves de la casa Stahl, organizaría una fiesta de fin de año invitando a la gente que me ha acompañado, apoyado o hecho este año más llevadero. Por supuesto en primera fila estarían personas que ya no podrán estar más, pero que vendrían con sus mejores galas y sonrisas para iluminar la sala.
Sería una fiesta temática, al estilo de las fotos de Julius Shulman, que muestran una posguerra optimista en la que la costa oeste era el lugar para estar. Sin duda, estarían los propietarios, Buck y Carlotta, que ya que nos dejan las llaves, son más que bienvenidos. El champán correría al estilo del Gran Gatsby y la banalidad de las conversaciones queda, por una vez, estipulada como norma y etiqueta.
Ay Pierre Koening, quién imaginaria que tu casa 22 del programa Case Study seguiría levantando suspiros sesenta años después.
Desde el 1635 de Woods Drive, alzo mi copa, os espero y os deseo un feliz y tranquilo 2024.
L*
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