Hubo una época en la que la modernidad y el mediterráneo tenían en común el pueblo de Cadaqués.
En él se refugiaba la burguesía catalana y los arquitectos locales (y extranjeros) supieron explotar el encanto de lo vernáculo desde un punto de vista contemporáneo.
Correa, Milá, Tusquets, Barba Corsini...diseñaron los mejores refugios, casas sencillas pero llenas de detalles que pasan desapercibidas entre la silueta de las casas de los pescadores.
¿Cómo sería Cadaqués de no haber sido poblada temporalmente por la flor y la nata? Quizá no sería tan grande ni se congestionaría cada festivo, pero habríamos perdido la belleza de estas viviendas.
Pienso en octubre, con su luz decadente y dorada. Oigo el vaivén del agua rompiendo en las calles del frente y el color azul del mar se difumina por momentos con el del cielo, mientras las corrientes hacen bailar los veleros fondeados.
El blanco brillante de la cal brilla y se contrapone con el gris de las rocas, de los suelos, del terreno. Y si escuchas atentamente, oirás las campanas.
La archiconocida casa Staempfli sería el mejor refugio para leer, descansar y dar largos paseos bajo la lluvia otoñal que a veces sorprende a la Costa Brava.
L*
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