El otoño es mi época del año preferida y sin embargo este año ha pasado de largo. Las incursiones en los bosques han sido sustituidas por jornadas de pantalla y catarros varios. El otoño ha pasado, pero no por mí, y los árboles de la avenida se desnudaron antes de tiempo, robándonos por adelantado el dorado de sus brazos hacia el cielo al que nos tenían tan acostumbrados.
Sigo en meses de introspección y acabo deseando "encuevarme". Pero no me siento mal con respecto a esto. Muy al contrario, desearía abrazar este sentimiento, poder dejarme llevar por mi instinto animal, volverme oso y no volver a salir o a socializar, o a hacer cosas hasta que mi cuerpo me lo pida.
Quizá la cueva sea algo muy extremo. Puede suceder que solo quiera una cama mullida, unas sábanas blancas y un edredón suave pero denso (que no pesado) de esos que te envuelven y te hacen sentir en una nube. Y ya que estamos, ¿por qué no tener vistas?.
Sí, eso, unas vistas a un bosque dorado, a un jardín bien poblado de caducifolios, a un paisaje cerrado que cambie de color, en el que las hojas bailen en su vuelo gravitatorio. Me quedaría absorta durante horas.
Y leer, porque hacerlo es una evasión, es vivir mil vidas en esta que nos toca. Leer ficción, claro está, porque ya el mundo a diario nos da una dosis elevada de realismo.
¡Quién pudiera!
Desde luego, si yo pudiese, lo haría en el nido de mi querida Dorte, a quien pude conocer el año pasado en su exposición monográfica organizada por la casa danesa de París. Dorte, un referente también. Una estrella fugaz en el firmamento arquitectónico, que espero que se convierta en permanente.
Necesitamos más mujeres así.
Lean, descansen, hibernen.
L*
Comentarios
Publicar un comentario